30 de marzo de 2014

El loro pelado


Horacio Quiroga
(1879-1937)

EL LORO PELADO
(Cuentos de la selva, 1918)

Ilustraciones: Sabrina Dieghi


         Había una vez una bandada de loros que vivía en el monte.
          De mañana temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas. Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía alguien.
         Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales, después se pudren con la Lluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comerlos guisados, los peones los cazaban a tiros.

          Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo Llevó a la casa, para los hijos del patrón; los chicos lo curaron porque no tenía más que un ala rota. El loro se curó muy bien, y se amansó completamente. Se Llamaba Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y les hacía cosquillas en la oreja.
         Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también en el comedor, y se subía por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche.
         Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar.

         Decía: "¡Buen día, lorito! "¡Rica la papa!" "¡Papa para Pedrito!..." Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras.
          Cuando Llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces gritando como un loco.
         Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos los pájaros, tenía también, como las personas ricas, su five o clock tea.
         Ahora bien: en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por fin el sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando:
          —¡Qué lindo día, lorito!... ¡Rica, papa!... ¡La pata, Pedrito!... y volaba lejos, hasta que vio debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y ancha cinta blanca. Y siguió, siguió volando, hasta que se asentó por fin en un árbol a descansar.
         Y he aquí que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz.
          —¿Qué será? —se dijo el loro— ¡Rica, papa!... ¿Qué será eso?... ¡Buen día, Pedrito!... El loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como era muy curioso, fue bajando de rama en rama, hasta acercarse.
         Entonces vio que aquellas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo fijamente.
         Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo día, que no tuvo ningún miedo.
         —¡Buen día, tigre! —le dijo— ¡La pata, Pedrito!...
         Y el tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene, le respondió:
         —¡Bu-en día!
         —¡Buen día, tigre! —repitió el loro—. ¡Rica, papa!... ¡rica, papa!... ¡rica papa!...
         

Y decía tantas veces "¡rica papa!" porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenía muchas ganas de tomar té con leche. El loro se había olvidado de que los bichos del monte no toman té con leche, y por esto lo convidó al tigre.
         —¡Rico té con leche! —le dijo—. ¡Buen día, Pedrito!... ¿Quieres tomar té con leche conmigo, amigo tigre?
         Pero el tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él, y además, como tenía a su vez hambre, se quiso comer al pájaro hablador. Así que le contestó:
         —¡Bue-no! ¡Acérca-te un po-co que soy sor-do!
         

El tigre no era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel magnífico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca dei suelo.
          —¡Rica, papa, en casa! —repitió gritando cuanto podía.
         —¡Más cer-ca! ¡No oi-go! —respondió el tigre con su voz ronca.
         El loro se acercó un poco más y dijo:
          —¡Rico, té con leche!
         —¡Más cer-ca toda-vía! —repitió el tigre.
         El pobre loro se acercó aún más, y en ese momento el tigre dio un terrible salto,
         tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo y la cola entera. No le quedó una sola pluma en la cola.
         —¡Tomá!—rugió el tigre—. Andá a tomar té con leche...
         El loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola, que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban se alejaban asustados de aquel bicho raro.
          Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo de la cocinera. ¡Pobre, Pedrito! Era el pájaro más raro y más feo que puede darse, todo pelado, todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse en el comedor con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo, tiritando de frío y de vergüenza.

          Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia:
          —¿Dónde estará Pedrito? —decían. Y llamaban—: ¡Pedrito! ¡Rica, papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito!
          Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a Llorar.
         Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siempre del loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre, Pedrito! Nunca más lo verían porque había muerto.
         Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer y subía en seguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban mucho en crecer.
         Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia sentada a la mesa a la hora del té vio entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose como si nada hubiera pasado. Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron bien vivo y con lindísimas plumas.
          —¡Pedrito, lorito! —le decían—. ¡Qué te pasó, Pedrito! ¡Qué plumas brillantes que tiene el lorito!
          Pero no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decía tampoco una palabra. No hacia sino comer pan mojado en té con leche. Pero lo que es hablar, ni una sola palabra.
         Por eso, el dueño de casa se sorprendió mucho cuando a la mañana siguiente el loro fue volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos minutos le contó lo que le había pasado; un paseo al Paraguay, su encuentro con el tigre, y lo demás; y concluía cada cuento, cantando:
          —¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma! ¡Ni una pluma!
         Y lo invitó a ir a cazar al tigre entre los dos.
          El dueño de casa, que precisamente iba en ese momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar en la casa para tomar la escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay. Convinieron en que cuando Pedrito viera al tigre, lo distraería charlando, para que el hombre pudiera acercarse despacito con la escopeta.
         Y así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y charlaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veía al tigre. Y por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vio de repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran los ojos del tigre.


         Entonces el loro se puso a gritar:
          —¡Lindo día!... ¡Rica, papa!... ¡Rico té con leche!... ¿Querés té con leche?...
         El tigre enojadísimo al reconocer a aquel loro pelado que él creía haber muerto, y que tenía otra vez lindísimas plumas, juró que esta vez no se le escaparía, y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con su voz ronca:
         —Acer-cá-te más! ¡Soy sor-do!
         El loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando:
          —¡Rico, pan con leche!... ¡ESTÁ AL PIE DE ESTE ÁRBOL!...
         Al oír estas últimas palabras, el tigre lanzó un rugido y se levantó de un salto.
         —¿Con quién estás hablando? —rugió—. ¿A quién le has dicho que estoy al pie de este árbol?
          —¡A nadie, a nadie! —gritó el loro—. ¡Buen día, Pedrito!... ¡La pata, lorito!...
         Y seguía charlando y saltando de rama en rama, y acercándose. Pero él había dicho: está al pie de este árbol, para avisarle al hombre, que se iba arrimando bien agachado y con escopeta al hombro.


         Y Llegó un momento en que el loro no pudo acercarse más, porque si no, caía en la boca del tigre, y entonces gritó:
         —¡Rica, papa!... ¡ATENCIÓN!
         —¡Más cer-ca aún!—rugió el tigre, agachándose para saltar.
         —¡Rico, té con leche!... ¡CUIDADO, VA A SALTAR! y el tigre saltó, en efecto. Dio un enorme salto, que el loro evitó lanzándose al mismo tiempo como una flecha en el aire. Pero también en ese mismo instante el hombre, que tenia el cañón de la escopeta recostado contra un tronco para hacer bien la puntería, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo cada uno entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un rugido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto.
         Pero el loro, !Qué gritos de alegría daba! ¡Estaba loco de contento, porque se había vengado —¡y bien vengado!— del feísimo animal que le había sacado las plumas!
         El hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y, además, tenía la piel para la estufa del comedor.
          Cuando Llegaron a la casa, todos supieron por qué Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del árbol, y todos lo felicitaron por la hazaña que había hecho.
         Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le había hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar el té se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar té con leche.
          —¡Rica, papa!... —le decía—. ¿Querés té con leche?... ¡La papa para el tigre!...
          Y todos se morían de risa. Y Pedrito también.

29 de junio de 2013

Códigos que Rescatan

Proyecto: Patrimonio Cultural y Comunitario
Eje: Códigos que rescatan (Códigos QR para las esculturas del Parque)
Docentes:
Grado: Prof. Silvina Julia Ruiz - Prof. Mariela Cascardo
Inglés: Laura Tubio
Facilitadora Pedagógica Digital: Prof. Andrea Campos


1° Parte: Relevamiento de esculturas en el Parque

 Federico Ozanam
Creador de la Sociedad de San Vicente de Paul
La mayólica que acompaña este busto fue donada por el
Consejo Superior de la Sociedad San Vicente dePaul



Madre
Obra: Inaugurada el 25 de noviembre de 1970 
Escultor: Domingo Jesús de Páez Torres (1920-)
Escultor puntano

Otras obras del escultor:
La soberanía (Jardín Botánico)





 Domingo Faustino Sarmiento
Obra de 1961- Inaugurada el 11 de septiembre de 1967

Escultor: Adhemar Dameno Peláez 

Escultor, crítico de arte y poeta bonaerense, 1913-1967




Federico Chopin
(1810-1849)
Compositor y pianista polaco

Escultor: Pedro J Ferrari – 1930 – Inaugurada 22 de septiembre de 1944


Ñusta, fuente incaica

Escultor: Emilio Andina (Argentino, 1875-1935)
Obra de 1930 – Inaugurada el 18 de octubre de 1938
Constituida por un basamento de granito rojo dragón y la imagen de una india, con un cántaro bajo el brazo. Las ñustas eran princesas incas que representaban la pureza del alma.

Otras obras del escultor:







Yaguareté
Obra de 1935 – Inaugurada el 11 de septiembre de 1938

Escultor: Emilio Jacinto Sarniguet (Argentino 1887-1943)

Historia de esta escultura: El parque estuvo veinte años sin ella, esto pasó porque cuando construyeron la autopista, Cacciatore retiró el yaguareté, permaneciendo en el Zoológico hasta 2001, cuando volvió a su lugar original en el que había estado desde 1935

Más información: 
Otras obras del escultor:
Monumento al Resero (Mataderos - CABA)




Femme aux champs

(Campesina)
Obra Inaugurada 11 de Marzo de 1948.
Ubicada en la Plazoleta Avelino Gutierrez, Emilio Mitre y Eva Perón.


Escultor:  Jean Victor Badin (1872-1949)

Escultor y estatutario francés

Otras obras del escultor:





Adolescencia
Escultor: Vicente Roselli
Pintor y escultor porteño. Autodidacta (1891 -1958)

La obra de Roselli “Adolescencia” representaba a un joven desnudo con una piedra en la mano que miraba envuelto en la disyuntiva de apreciarla o arrojarla. Se encontraba emplazada en medio de la fuente, rodeada por 24 sapitos. Actualmente, esa obra fue reemplazada por "El niño y el delfín" de autor anónimo

Otras obras del artista:
Más información: 





Curiosidades:

2° Parte: Descubrimos los códigos QR
 La Profe Andrea nos enseño se realizan los códigos QR


3° Parte: Investigación
Luego de saber como se hacen los código QR, investigamos sobre el relevamiento que hicimos de las esculturas, buscamos la información necesaria para guardar en el código.





12 de junio de 2013

Taller con Papás: Elaboramos manteca casera

La manteca casera tiene un gusto especial decía mi abuela, mientras batía a mano la crema de leche que compraba directamente en el tambo. Estamos hablando de hace más de 20 años, las cosas cambiaron como también las costumbres y hoy muchos chicos creen que la manteca “sale de la vaca” como si fuera leche. Pero no, la manteca se hace con crema de leche y es posible hacerla en casa, es más, muchos que han probado manteca casera dicen que no la cambian por nada del mundo. Por eso, ya que vimos los circuitos productivos, vamos a ver las producciones industriales y manuales, con la seño Mariela vimos las mezclas, tenemos todos los conocimientos necesarios para hacer manteca bien caserita, tal como lo hacía mí querida abuela.
Pasemos a los ingredientes o… ¿Que se necesita para hacer manteca? Para unos 200 gramos de manteca necesitás:
• 1 pote de crema de leche (preferiblemente La Serenísima doble crema)
• 1 / 4 cucharadita de sal (opcional)

 Instrucciones para la preparación:

1.      Vertemos las tazas de crema en un procesador o licuadora (si tenemos licuadora manual también sirve) y la procesamos por 10 minutos.
2.      En ese momento vas a ver como la crema comienza a espesarse y de la misma se desprenda un líquido blanquecino.
3.      Bueno, ese líquido se llama suero y significa que ya tenemos manteca. Si queremos que quede más densa procesamos por unos minutos más.
4.      Por último colamos el líquido y le ponemos sal a la mezcla para luego colocar la manteca en un recipiente cuadrado o un moldecitos divertidos, como nuestro caso, por último ponemos un ratito en la heladera para que la consistencia sea lo más sólida posible.


También si queremos, se le pueden agregar hierbas aromáticas (orégano, pimentón, ají molido, tomillo, romero, etc.) para obtener manteca saborizada

























2 de junio de 2013

Vamos al laboratorio

Experiencia:

Para realizar esta actividad van a necesitar:

• varillas de diferentes materiales: madera, telgopor, plástico, acero, vidrio, hierro, plata, aluminio (pueden usar cucharitas u otros elementos de esos materiales que tengan a mano);

• un recipiente (de los de helado, por ejemplo); agua caliente; botoncitos pequeños (o algunas semillas como lentejas o chinches).

• una vela.



(Organicen en cada grupo quién puede conseguir cada cosa).


a. Lean primero la actividad completa. Luego experimenten.
b. Antes de empezar, elaboren una lista en la que ordenen, según lo que a ustedes les parece, los materiales de las varillas de menor a mayor capacidad de conducción del calor.

COMIENZA LA ACTIVIDAD
  • El experimento consiste en pegar los botoncitos (o los elementos que hayan elegido) en un extremo de cada varilla, usando para ello una gota de parafina de la vela.
  • Luego coloquen agua bien caliente dentro del recipiente e introduzcan de a una varilla por vez en el agua caliente. Es importante que en todas las varillas los botones se encuentren a la misma distancia del extremo que va a sumergirse.


c. Para pensar antes de la experiencia.
  1. ¿Por qué creen que este experimento puede mostrar cuál es el material que conduce mejor el calor? 
  2. ¿Qué esperan que suceda con los botoncitos pegados a las varillas cuando las pongan en contacto con el agua caliente? 
  3. ¿Cómo van a hacer para distinguir qué material conduce mejor y cuál peor? Tal vez tengan que usar un reloj con segundero o un cronómetro.
d. Elaboren un cuadro que les permita registrar los resultados.

e. Ahora, prueben con cada varilla (si al cabo de 3 o 4 minutos no ven ningún resultado, pueden suponer que el material conduce muy mal el calor). 

¿Qué sucede en cada caso? Registren los resultados en el cuadro. 
¿Cómo los explican?
¿Todos los materiales condujeron igual el calor? 
Comparen los resultados de la experiencia con la lista que elaboraron al principio. ¿Coinciden?











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